Durante los últimos meses, luego del levantamiento indígena que causó daños irreparables en lo económico, y sobre todo en lo anímico e institucional al Ecuador, se han sentado funcionarios del Gobierno y miembros de las organizaciones indígenas y otras adicionales para tratar de llegar a entendimientos sobre varios temas de trascendencia nacional.
El que una minoría tan realmente pequeña haya sometido por segunda vez a un gobierno legítimo, pues las imposiciones de derogar la elevación de los combustibles en el gobierno de Lenín Moreno fue tan gran secuestro del Gobierno como la situación actual, solo deja el sabor de que el país está transitando por un camino de absoluta inviabilidad política. Dicho de otra manera, y repitiendo lo que he mencionado en columnas anteriores, nos estamos declarando oficialmente una sociedad no viable.
Entre las características esenciales de la democracia está el tratar de seguir lo que la mayoría escoge. La mayoría escoge un gobierno, un plan, unos planteamientos, unas propuestas. Ese gobierno es ‘secuestrado’ por una minoría terrorista, que comete delitos, ante la vista y paciencia de toda la sociedad, y termina imponiendo sus ideas y sus condiciones.
Cuando en años pasados la guerrilla colombiana tumbaba torres de transmisión, se tomaba la Corte Suprema de Justicia, secuestraba, y cometía toda clase de actos delictivos y terroristas, sus líderes se escondían, ante el convencimiento de que había una ley e instituciones que los pondrían en la cárcel.
Pero en años recientes, la minoría terrorista que ha producido los terribles episodios del 2019 y 2022, no se esconde. Los líderes están visiblemente presentes, dan órdenes de cometer delitos a sus seguidores, lo hacen por los medios de comunicación y por las redes sociales, sin usar máscaras, para que les veamos sus rostros. Todo esto porque están seguros de que existe impunidad, y que ya se ha institucionalizado la realidad de que ellos pueden hacer lo que les dé la gana.
Aparecieron en cadena nacional, enfrentando al presidente en el 2019 y cuestionando la legítima autoridad. Hoy aparecen en las mesas de diálogo, instrumento final para la impunidad de todo lo hecho, y por si fuera poco, blanden la perversa amenaza de otro paro cual arma letal para herir el alma misma de la nación, de esa nación en la cual no creen, y que hasta odian.
Las mesas de diálogo profundizan y dejan escritas en piedra las aberraciones de la sociedad ecuatoriana que nos tienen sin posibilidad de desarrollarnos; no han tratado los temas de fondo, y no tienen la representatividad de la sociedad, pues la inmensa mayoría de ecuatorianos no nos sentimos en lo más mínimo representados por quienes se han tomado en forma absolutamente arbitraria el derecho de hablar y pedir a nombre de una nación que rechaza sus paros, que ha sido empobrecida por sus delitos, y que mira con angustia cómo estos procesos de chantaje van minando poco a poco las bases de nuestra capacidad de convivencia, al punto de hacernos seriamente candidatos a la inviabilidad como sociedad.
Simple es la conclusión: o es lo que ellos dicen, o no nos dejarán vivir a la mayoría.
Autor: Alberto Dahik
Fuente: El Universo