El “diálogo” ha concluido, y luego del tortuoso camino de diálogo viene un período de “implementación de los acuerdos”.
Las mesas han sido vistas como el lugar de encuentro entre gobierno y la Conaie, para sellar una supuesta paz, que fue rota por los actos de terror de junio 2022, reedición de octubre 2019, ambas revueltas absolutamente inaceptables desde cualquier punto de vista.
La sociedad ha reaccionado de diversas maneras: algunos analistas han opinado que esos acuerdos son inconstitucionales, no sin dejar de tener mucha razón. Otros han argumentado que una minoría se ha impuesto forzosamente sobre una mayoría. Otros, que es necesario más diálogo. Muchas son las opiniones sobre este proceso que habrá tiempo en el país para que sean analizados por expertos en política, derecho constitucional, derecho penal, economía, educación, y tantas otras áreas del conocimiento desde las cuales se podrá opinar.
Pero hoy debemos meditar en algo sumamente grave: el que una minoría haya secuestrado al resto de la sociedad, incluyendo al gobierno, ha sido tolerada por los partidos políticos, ha sido tolerada por los líderes más importantes de la vida política nacional, ha sido tolerada por quienes están de candidatos a importantes funciones como las alcaldías de las principales ciudades, o las prefecturas de las provincias del país.
Las mesas de diálogo han dejado escrito en piedra aquello que garantiza la destrucción de la economía del Ecuador, que impide su viabilidad futura, que deja sin espacio al Ecuador para la inversión, que entrega la educación bilingüe a un grupo político para adoctrinar a los educandos, que bloquea la inversión en minería y dificulta la inversión petrolera. Y esto, entre muchas otras cosas, que incluyen propuestas de controles de precios, receta segura para el retroceso de una sociedad.
El silencio de los políticos es claro. Demuestra que el Ecuador, como sociedad, está muy lejos de alinearse con la razón, con la lógica, con el futuro, con las grandes metas nacionales, porque sus líderes políticos calculan que en febrero hay elecciones seccionales, y que el desgaste del gobierno hace “ilógico” criticar las aberrantes conclusiones o propuestas de las mesas, porque esto podría aparecer como “estar alineado” con el gobierno. En otras palabras, los mendrugos de una alcaldía, una prefectura, o una concejalía o consejería son mucho más importantes que el futuro mismo de la nación.
Y esta forma de entender el quehacer político montado y fusionado sobre lo que está haciendo la Conaie y otras organizaciones políticas, se vuelve una receta venenosa y explosiva para aquello que se llama nación, que se llama patria, que se llama el futuro de las generaciones que no son culpables de lo que están heredando.
Los actores del diálogo no son solamente el gobierno y la Conaie con las demás organizaciones que han participado con el respetable aval moral para el proceso de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. Los actores somos todos. Absolutamente todos, que con nuestro acomodo o nuestro silencio o nuestra indolencia, ponemos un clavo más sobre el ataúd en el cual se está enterrando el futuro de las generaciones nuevas del Ecuador.
¿En qué sociedad del mundo desarrollada y con alta calidad de vida se entregan en subsidios a los combustibles y energía casi el 5 % del PIB? ¿En qué sociedad que quiera avanzar se deja sin tratar el tema de la Seguridad Social en un momento de tanta dificultad de esa institución? Y los partidos y sus líderes: bien gracias. ¿Cómo vamos a decir tal o cual cosa si eso no es popular? ¿Cómo vamos a proponer las soluciones si eso quita votos?
La Conaie ha comenzado la destrucción del Ecuador, y ha logrado en dos ocasiones poner de rodillas al gobierno de turno, y a toda la sociedad que se siente secuestrada. Pero la reacción de los líderes políticos, de los partidos políticos se transforma en cómplice de esto, porque no los denuncian valientemente, porque no recurren a los mecanismos legales, porque no plantean en las instancias correspondientes acciones de rechazo y de castigo a quienes han procedido de esta manera y están forjando el doloroso destino de que no seamos una sociedad viable.
Las mesas de diálogo revelan muchas cosas: una dirigencia de ciertos sectores perfectamente aleccionada y entrenada en la sedición, y en los métodos más perversos para secuestrar a la mayoría. Un Gobierno que no anticipó la real dimensión de lo que se podía venir, con fuerzas del orden tanto policiales y militares debilitadas por muchos años, y en una crisis sin precedentes. Pero revela también una clase política, y dirigentes gremiales que prefieren la comodidad y el cálculo de sus intereses inmediatos, que revelan un cortoplacismo irracional, y que por lo tanto esa clase política es cómplice de lo que sucede, porque las sociedades no salen adelante solamente por lo que hace o deja de hacer un gobierno, sino por lo que toda la sociedad entiende como objetivos nacionales, y cada sector cumple con lo que tiene que cumplir.
Autor: Alberto Dahik
Fuente: El Universo