El Nuevo Ecuador consiste en quedarnos sin luz todos los días

Nada de lo que dice el gobierno de Daniel Noboa con respecto a la crisis eléctrica es creíble: ni las causas a las que atribuye el problema, ni las acciones que se jacta de haber implementado, ni siquiera los horarios de los apagones. Nada. Habilísimo y hasta genial en todas sus estrategias electorales (sus propuestas de reformas constitucionales, por ejemplo), Daniel Noboa cojea del pie más importante: el gobierno.

¿Crisis de electricidad o crisis de agua?

Que no es una crisis energética, dice el gobierno, sino hídrica. Rodeo retórico para llegar al mismo punto, los apagones, sin pasar por donde importa: el pésimo manejo del sector eléctrico.

    Es verdad: hace semanas que no llueve en Ecuador. Pero en Colombia tampoco y no por eso tienen cortes de hasta 12 horas diarias en todas las regiones. Es la diferencia entre un país donde los proyectos de inversión privada en el sector eléctrico se multiplican, porque nadie les pone obstáculos, y otro donde el Estado se empeña en adjudicarse el monopolio de la producción de energía incluso cuando está quebrado. Y claro, como está quebrado, no invierte.

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    Artículo de Roberto Aguilar: «El Nuevo Ecuador consiste en quedarnos sin luz todos los días»

    El 60 por ciento de la energía que consume el vecino del norte la producen los privados. Sólo el Grupo Empresarial Antioqueño genera 1.700 megavatios en Colombia y otros tres países entre los cuales no se encuentra Ecuador, porque no le dejan: aquí, los privados no pueden generar energía para vender; no pueden siquiera generarla para autoabastecerse más allá de un límite mezquino: 2 Mw. ¿Por qué? Por razones políticas: lo privado tiene mala prensa.

    Por razones políticas, el gobierno del Nuevo Ecuador pacta con el correísmo para aprobar una ley ‘No más apagones’ y, con el fin de no incomodar a sus aliados, reincide en el esquema del monopolio estatal del viejo Ecuador y deja el problema intacto. Y culpa al cielo, que no llueve. Y deja entender que la solución, lo dijo el ministro de Energía (y no es el primero), está en manos de Dios.

    Un récord pírrico

    “Somos el gobierno que más generación ha añadido al sistema interconectado”, sacó pechito Daniel Noboa en Nueva York, “430 megavatios en sólo nueve meses”. El portal de verificación de noticias Lupa Media ya matizó este dato: de esos 430 Mw de los que se jacta el presidente, solo 100 están instalados en la actualidad: los que produce, desde el 16 de septiembre, la barcaza turca Kaporwership. Y esos, hay que decirlo, son caros y provisionales, pues la barcaza no está aquí para quedarse.

    En cuanto a los 330 restantes, no existen todavía: apenas si han sido contratados. Se trata de los que se generarán gracias a la compra de motores para las termoeléctricas de Esmeraldas, Quevedo, El Salitral y Santa Elena, con una inversión de 975 millones de dólares. Todo lo cual es insuficiente para cubrir el déficit de generación de energía. ¿Pero cómo se pudo contratar esas compras? Gracias a la emergencia del sector eléctrico. ¿Y por qué hay emergencia? Porque estamos en crisis. En otras palabras: el presidente se jacta de una medida insuficiente que no habría podido adoptar si no fuera porque estamos en el fondo de la fosa. Y va y lo dice a los empresarios de Estados Unidos como si fuera una buena noticia. Y no: es pésima.

    Una causa perdida

    Supongamos, por un momento, que todo lo anterior es falso: que el gobierno sí hizo lo que estaba en sus manos para evitar la crisis (en lugar de no hacer nada), que dictó la ley ‘No más apagones’ mejor diseñada del planeta y que los 430 Mw que dice haber añadido al sistema interconectado están, en efecto, operativos al día de hoy. Y que, con todo esto, la sequía es tan brutal que el racionamiento resulta inevitable. Pues bien: el presidente pudo haber hecho de esta crisis una causa cívica nacional. Un motivo de unidad para todos los actores políticos y sociales. Una coyuntura para reafirmar su liderazgo.

      En lugar de eso, se va para Nueva York con una agenda que bien pudo haber encargado a su canciller. Más aún: viaja con dos días de anticipación y se lo sorprende de paseo en Manhattan, tomando helados en familia. Y deja la administración de la crisis en manos de sus ministros, que no dan un palo al agua. Porque si el gobierno espera (y lo necesita de urgencia) contar con el apoyo del país en este mal trance, su primera obligación es ser considerado con los ciudadanos. Entender que los actores económicos (industriales y comerciales) necesitan información precisa y confiable para planificar sus actividades.

      En lugar de eso, sorprende con decisiones de último momento e incumple sus propios horarios de racionamiento, como si le importara un rábano. Con lo cual no consigue otra cosa que incrementar las ya millonarias pérdidas, en lugar de mitigarlas, y generar un clima de insatisfacción tal que hasta la anunciada fiscalización de la inservible Asamblea (que sin duda será un sainete político) resulta bienvenida.

      Autor: Roberto Aguilar

      Fuente: Expreso

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