De Rafael Correa ya sólo queda un montoncito de escombros

¿Cómo escribir sobre la nada? El trabajo del comentarista de las sabatinas presidenciales se parece cada vez más al de un minador de basura que bucea entre la podredumbre con la esperanza de rescatar algún escombro, alguna pieza utilizable, un vestigio de cualquier cosa que aún se pueda reciclar y sirva de algo. Salvo que es un esfuerzo vano. Rafael Correa no aporta nada que no sean sus propios despojos, restos carcomidos, oxidados, inútiles de una retórica que algún día, cuando estaba nueva, pasó por brillante. Uno recoge esos pedazos corroídos por el uso que el presidente deja caer aquí y allá, clong-clong, a lo largo de sus tres horas y media de monólogo, los mira con aburrimiento, los reconoce de inmediato y los vuelve a lanzar adonde pertenecen: al montón de desperdicios. Clang.

A medida que se acerca su final (ya sólo quedan 23 sábados por delante) la vaciedad del discurso presidencial –su reiteración eterna de fórmulas publicitarias– es cada vez más desoladora. ¿Qué interpretación, qué lectura política le cabe a la sabatina que no sea la de constatar la obcecación de un presidente ensimismado en su retórica, un presidente que voluntariamente da la espalda a la realidad que lo rodea? En esta sabatina 504, transmitida desde Yaguachi y especialmente descolorida, se mantuvo fiel a su propia caricatura.

Oírlo decir otra vez “manos limpias, mentes lúcidas, corazones ardientes”.

Oírlo decir otra vez “somos más, muchísimos más, compañeros”

Oírlo decir otra vez “el pasado no volverá”.

Oírlo presumir: “Yo soy enemigo de recibir condecoraciones pero nos han insistido mucho”. Él, que movilizó a sus embajadores en ambos lados del Atlántico para que le consiguieran los títulos honoris causa que su fatuidad cree a la altura del nivel intelectual que se atribuye. Ahora los ministros de justicia de los países iberoamericanos, “por primera vez en la historia”, subraya, sacude el dedo y habla de sí en tercer persona, “le van a dar la Orden Iberoamericana de la Justicia al presidente de la República”. Sólo la recibe, a su pesar, para que no se sientan ofendidos. Y no se da abasto para representar la absoluta  modestia con que acepta semejante distinción.

Oírle farolear: “Nuestras encuestas dicen que ganamos en primera vuelta, hagan las encuestas chimbas que les dé la gana”. Como si sus encuestas fueran las definitivas porque son suyas.

Oírlo clasificar los derechos humanos en dos grupos: “los derechos formales, la libertad de expresión, la libertad de organización”, y “los derechos concretos, reales, el derecho a comer, el derecho a una vivienda digna, el derecho a la salud, a la educación”, que son los derechos por los que dice haber “luchado durante diez años” (en desmedro de los otros, se entiende). Y, sobre la base de esa extraña teoría que busca atenuar la gravedad de los atentados cometidos por su gobierno contra la libre organización y la libre expresión, oírlo concluir que “Nunca en el Ecuador se han respetado los derechos humanos tanto como ahora”. Los que él entiende “reales”, “verdaderos”, claro, no los presuntamente “formales”.

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Artículo de Roberto Aguilar: ‘De Rafael Correa ya sólo queda un montoncito de escombros’

Oírlo mangonear: “A ver si me alzan la mano los ministros”. Y ver a los aludidos obedientes y disciplinados haciendo los que se les manda.

Oírlo satirizar agriamente: “Vamos a tener un enlace muy sano. No puedo hacer bromas sobre mis opositores políticos, no puedo imitar a Nebot porque aquí está mi madre, Normita Delgado, y la mamá del vicepresidente, Normita Espinel, y si imito a Nebot me carajean. Así que pon nomás villancicos Gato, Dulce Jesús mío, vamos a hacer un enlace bastante sano, bastante tranquilo”. Enlace sano: o sea que los otros son enfermos. En homenaje a las señoras, pues, no a la ley electoral que le prohíbe intervenir en la campaña. Y luego oírlo, a pesar de lo dicho, despotricar contra Guillermo Lasso y Cynthia Viteri, dedicarle un video infamante a Paco Moncayo y sí, imitar a Nebot entre las aclamaciones del pueblo de Yaguachi, a esas alturas ya bastante aburrido con la pormenorizada explicación de los salarios del sector público y necesitado de un aliciente humorístico para conectarse, sólo entonces, con el monólogo presidencial.

Oírlo dedicar Mi burrito sabanero a los candidatos de la oposición y verlo fingir las carcajadas que su propio chiste le provoca.

Oírlo funcionar como un maestro de ceremonias bien entrenado que se ajusta a la dinámica de la propaganda. Oírlo pronunciar las frases que marcan las entradas y salidas de las cortinas musicales sin las cuales todo lo que habla carecería de sentido. Oírlo decir “El pasado no volverá, compañeros” para que suene la canción de “Prohibido olvidar ese pasado”. Oírlo decir “Somos más, muchísimos más” para que suene la canción de “Somos más, somos corazón, somos revolución”… Verlo tan satisfecho del producto hueco en que se ha convertido al cabo de los años, un desvaído juguete escénico en manos de los publicistas.

Oírlo llorar lágrimas de cocodrilo sobre el caso de corrupción más impactante de su gobierno, oírlo mentir: “Carlos Pareja Yanuzzeli era referencia de patriotismo, referencia de honestidad”.

Oírlo retorcer los argumentos para salirse con la suya porque en Petroecuador, según él “antes no podían robar mucho porque no había inversión”. O sea que la corrupción es un síntoma de la recuperación económica.

Oírlo inventar excusas para sacar partido: “Si hubiéramos tenido un pacto ético (como el que está proponiendo a través de consulta popular) no se hubiera dado el caso de corrupción en la refinería de Esmeraldas”.

Oírlo afianzar falsos referentes una y otra vez, una y otra vez hasta el hartazgo: “Antes teníamos los peores ejes viales de América Latina”. Ahora los mejores, claro. O bien: “El programa de cocinas de inducción (que fracasó, pero no lo dice) lo utilizan como referente otros países latinoamericanos, el mundo entero”. O bien: “Quito es la capital más hermosa de América Latina”. O bien: Carlos Castillo, el nuevo rector de Yachay, sin duda es el rector más importante en toda la región”. O bien: “Ecuador es el país con la reforma integral más importante de América Latina” en el área de generación de conocimiento. O bien: “Tenemos un instituto especializado para evaluar (al sistema educativo), el Ineval, que es uno de los mejores de América Latina”. O bien: “Con esta propuesta (de la ley de plusvalía) el Ecuador está a la vanguardia del mundo”.

¿Qué puede hacer el comentarista de las sabatinas, minador en un botadero de basura, zapador en un socavón abandonado y oscuro, con esos desechos inservibles de retórica ya gastados de tanto usarlos, con esas piezas anacrónicas que no calzan en ninguna realidad ni sirven para nada? ¿Todavía se puede buscar un sentido en las repeticiones?

Escuchar la canción de despedida con que lo recibió el grupo Quinto Mandamiento (ropas negras, chaquetas de banda militar, cinturones cuajados de remaches, pintas metaleras) y ver al presidente escenificar una ensayada emoción, verlo contener las lágrimas (o fingir que las contiene), llevarse la mano al pecho, tragar saliva y hacer pucheros ostensibles ante el ejemplo más acabado del kitsch y la cursilería que haya parido la música ecuatoriana en mucho tiempo.

Tu luchas estando al frente,
luchando junto a tu pueblo,
sin rendirte, sin cansarte,
sin retroceder jamás.

Devolviste la esperanza
que tu pueblo había perdido.
Son más hechos que palabras,
cumpliste con lo ofrecido.

Hoy tu pueblo agradecido,
triste pero satisfecho,
levantado hoy te dice
desde el fondo de su pecho:

Gracias presidente, gracias Rafael.
Hasta la victoria siempre,
hasta siempre Rafael.

Hoy tu pueblo te despide
triste pero agradecido.
Fuiste inspiración de muchos
y un ejemplo para todos.

Todo ello empacado en las típicas armonías épico-sensibleras que prescribe la receta de las composiciones de villa olímpica. Para la lágrima fácil. Tan a la medida de la vacuidad general del espectáculo sabatino. Tan a la medida de la falsedad de las emociones, de la predilección de las consignas por sobre las ideas que todos los ahí reunidos parecen profesar. Vacío total. Y, por lo mismo, tan conmovedor para Rafael Correa. Tan apropiado, en suma. “Casi me haces llorar, hermano, dale de nuevo”, dispone el presidente y ahí va otra vez Quinto Mandamiento, con emoción redoblada, de espaldas al público para mirar de frente al líder de la revolución ciudadana que ya ocupa el lugar más alto de la tribuna y recibe compungido, de pie, la música que se eleva como el humo de un incensario hasta alcanzarlo. A sus pies, los músicos que llevan las ofrendas. Diríase una imagen devocional, una misa laica y francamente herética. “Gracias presidente, gracias Rafael”.

“Créanme que estoy emocionado por esa canción que no la merezco. Pero nos da mucho ánimo para seguir adelante y borra tanta infamia, tanta tontería de los mismos de siempre, porque ese es el sentir de nuestro pueblo que reconoce lo poco que hemos hecho estos diez años pero con profundo cariño, con total entrega, con manos limpias, con mentes lúcidas y corazones ardientes por la patria”. La nada como mecanismo de evasión de la realidad. ¿Qué puede hacer el comentarista de las sabatinas que no sea constatar ese vacío, ese enorme, mastodóntico desperdicio?

Autor:  Roberto Aguilar

Fuente: 4 Pelagatos

1 comentario en «De Rafael Correa ya sólo queda un montoncito de escombros»

  1. Sigan escribiendo esta del goce nos mantiene a la familia distraída, por lo demás nuestro apoyo y lo siento si no están de acuerdo conmigo es para Lenin Moreno gran persona el señor diferente al actual presidente

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