Poscorreísmo: ¿no hablar más o hablar más de Correa?

No son pocas las personas que, en redes sociales o en los comentarios de 4P, piden no volver a hablar de Rafael Correa. No mencionarlo. Se entiende que hablar de él es hacerle publicidad, tomarlo en cuenta, mantener vivo su recuerdo. Y lo que conviene es olvidarlo, virar la página, enterrarlo bajo algunas toneladas de indiferencia. O de desprecio.

Este discurso no es nuevo. Ya se oyó, por ejemplo, cuando Abdalá Bucaram abandonó el poder, tras un golpe de Estado. Con menos pasión, pero con igual acuciosidad, se dio a entender que, con Bucaram fuera, el país podía voltear esa página vergonzosa que duró seis meses. El problema era naturalmente Bucaram; no el país que votó por él.

rafael correa ecuador
Artículo de José Hernández: ‘Poscorreísmo: ¿no hablar más o hablar más de Correa?’

Con Correa, la situación es más engorrosa. Son diez años en los cuales, los electores votaron, no una vez sino una docena, por él y su partido. ¿En esas circunstancias, conviene no hablar más de él? ¿O por el contrario, es urgente poner la década correísta en observación?  Diseccionarla. Dejar de convertir a Correa en fuente de todos los males y, mejor, verlo como lo que fue: un prototipo que los electores escogieron, hicieron suyo, se reconocieron en él, les representó al punto que le otorgaron todos los poderes. Incluso le permitieron, también en las urnas, meter las manos en la Justicia.

¿No es hora de evitar el síndrome del chivo expiatorio e instalarse ante el correísmo, como quien se sienta ante un espejo?

Correa no engañó a los electores. Pocos mandatarios han dicho, con tanta sinceridad y osadía, lo que pretendía hacer. Ninguno se ha exhibido con tanta naturalidad como él. Ninguno ha hablado tanto. Ninguno ha insultado tanto, ha denigrado tanto a sus opositores y críticos como él. Ninguno se ha puesto tanto en escena como él. Ninguno ha retirado honras ajenas y perseguido en directo a los luchadores de toda índole como él. Ninguno ha mentido tanto. Ninguno se ha atrevido ser tan cínico como él. Y, sin embargo, ninguno ha tenido tanto poder como él. Y todo esto, lo pudo hacer porque obtuvo los votos del electorado. Una y otra vez.

¿Cómo se puede no-hablar de esto? ¿Cómo se puede pedir virar esa página (esa enciclopedia) sin indagar sobre todo aquello que la hizo posible? Correa, y esto es doloroso, impuso su autoritarismo a unos pocos. El resto de la sociedad –esa famosa mayoría que tantos evocan para cerrar la boca a las minorías– lo consideró como su líder. No le importó que concentrara todos poderes, administrara la cosa pública como si fuera de su propiedad y tuviera lista de perseguidos políticos. No se inmutó, durante años, de sus formas y políticas despóticas. No le preocupó la opacidad de su administración, el eco cada vez más creciente de corrupción, la lista de nuevos ricos. No se alteró con el aparato de propaganda dedicado a catequizar, lavar cerebros, imponer una sola verdad, perseguir medios y periodistas, hostigar ciudadanos con opiniones disidentes.

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¿No-hablar de todo esto? ¿Y, entonces, sobre qué bases se puede construir el post-correísmo? ¿Y se puede hablar de post-correísmo o “muerto el perro, se acabó la rabia”? Si tras diez años de autoritarismo, lo conveniente es endosar todas las culpas a Correa y tenerlo lejos en Bruselas, pensando que así se da por superada esta experiencia, pues el país volverá a lavarse las manos. Y seguirá sin saber sobre qué valores y principios ancla su convivencia. ¿Ecuador es una República? ¿Tiene sentido hablar de democracia, de separación de poderes, de justicia, de equidad? ¿Tienen los ciudadanos alguna responsabilidad con esos valores? ¿Tienen las elites alguna responsabilidad con el país? ¿Tiene la academia algún deber con la sociedad, por fuera de formar estudiantes? ¿Qué grado de compromiso tienen los intelectuales con la democracia? ¿O da lo mismo que se pongan al servicio del autoritarismo y la tiranía? ¿Da lo mismo a la sociedad tener buena información, plural y anclada en el interés público, que tener propaganda? La retahíla de preguntas puede ser larga.

¿Entonces, no se debe hablar más del correísmo? ¿O por el contrario, es el momento de decantar lo que pasó en el país y de invitar a todos los protagonistas –todos sin excepción– a ponerse ante el correísmo como si fuera un espejo. El efecto catarsis es saludable. Pero ese ejercicio es imprescindible para comprender los enormes vacíos que tiene la sociedad y escudriñar falacias, mentiras y cuentos chinos que administra como si se tratara de culpas ajenas. Si ese ejercicio no se hace, usar al correísmo como espantapájaros solo será otro fraude. Otro autogol que se marque Ecuador.

Autor:   José Hernández

Fuente:   4 Pelagatos

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