Lo que está ocurriendo en el seno del legislativo es inaceptable y vergonzoso. Los calificativos peyorativos para el espectáculo que están dando los que dicen que representan a todos, se quedan cortos. De a poco, la Asamblea Nacional toca fondo y pretende de paso, llevarse consigo la democracia ecuatoriana.
Que siempre ha sido así, dicen algunos; que en la historia del país ya se han dado esos episodios, ¡Vaya consuelo de bobos! Afirmar aquello en estos momentos constituye un craso error. Posicionar ese criterio, significa por un lado, normalizar las malas prácticas políticas como un capítulo pintoresco más en los avatares de la democracia ecuatoriana. Y, por otro, rendirse y cruzarse de brazos para no asumir el reto que significa cambiar esa realidad. Algunos dirán que los ciudadanos no pueden hacer nada, pero la verdad es que sí pueden, y mucho.
Mientras la ciudadanía siga aceptando que postulen a corruptos y siga votando por ellos; mientras los jóvenes interesados en participar no den ese salto para involucrarse directamente y planteen nuevas formas decentes de hacer política, seguiremos viendo estos espectáculos una y otra vez.
Hoy más que nunca es preciso que la ciudadanía salga de la anomia, deje su comodidad y rechace enérgicamente el espectáculo decadente que nos ofrece el Legislativo.
Si bien era conocido lo complejo que sería gobernar con una Asamblea tan fragmentada y diversa, los ecuatorianos dieron un voto de confianza a los legisladores electos cuando los vieron, en los medios de comunicación, ofreciendo hacer una oposición responsable. No ha pasado ni un año y es evidente que mintieron.
Mintieron porque lejos de dialogar y llegar acuerdos, el bloqueo permanente ha sido su sello de acción. Era obvio que no se esperaba que todos se convirtieran a la línea de gobierno, pero sí se creyó que apoyarían la reactivación económica, la creación de empleo, la mitigación de los efectos de la pandemia, la lucha contra la corrupción y la transparencia. Es decir, que las líneas básicas que tácitamente estaban planteadas frente a la situación del país serían abordadas con responsabilidad, coherencia, en diálogo y, por supuesto, respetando las diferencias, sentando discrepancias, pero centrándose en las necesidades del pueblo.

No obstante, todo lo que se esperó fue una utopía: simplemente el pueblo ecuatoriano entregó su confianza a personas que nunca quisieron genuinamente al país, como un patriota debe querer a su Patria y, más bien, están haciendo todo para tumbar la institucionalidad y, lo que es peor, asegurar la impunidad.
El uso malintencionado de la figura del juicio político para volar las cabezas de los órganos de control, es un paso arriesgado como peligroso para todos. Arriesgado porque pone en evidencia frente al país la agenda política oculta que manejaron siempre ciertos grupos desde el inicio de su gestión: recuperar el mando sobre los órganos de control como hace más de una década para, desde allí, parar la judicialización de casos de corrupción y vínculos con el narcotráfico. Sin embargo corrieron ese riesgo y ahora sus intenciones de fondo ya son vox populi.
Pero ese accionar también es peligroso y dañino para el país porque pone al Ecuador en una situación delicada, no solamente por la crisis interna que provoca sino por la afectación frente a la comunidad internacional. Porque, perder a las autoridades de control por una jugada política con intereses protervos, trae consigo consecuencias fatales: que los órganos de control sean entregados a personas vinculadas con el régimen de Correa y la lucha contra la corrupción sea enterrada para siempre. Entonces, la impunidad se institucionalizaría porque se blindaría cualquier castigo a los corruptos y nunca se recuperaría lo robado.
Un descabezamiento masivo de los órganos de control provocaría, también e irremediablemente, un pésimo precedente frente a la comunidad internacional, después de todos los esfuerzos de apertura comercial, educacional y de ayuda al país que se está gestionando. El riesgo país que había bajado sustancialmente se dispararía sin remedio y, esto a su vez, se decantaría en una ola de desconfianza, alejando la inversión.
Si lo que plantea la nueva mayoría se lograra, se haría tabla rasa con los esfuerzos por cambiar la política y mejorar sus prácticas, porque la señal inequívoca, enviada al mundo, sería que a la clase política ecuatoriana le importa un pito la transparencia y está dispuesta a empeñar la democracia para garantizar la impunidad.
La Asamblea toca fondo y, ante ese escenario, corresponde a los ciudadanos pararse firme en su defensa por la democracia y exigir a los malos políticos que se vayan a su casa, porque una clase política así terminará empeñando la democracia.
Autora: Ruth Hidalgo
Fuente: 4 Pelagatos



Es un punto de vista muy personal y sesgado, desde mi punto de vista.