Daniel Noboa debe entender que el problema del correísmo no es Rafael Correa sino el correísmo. Es decir, el problema está en el autoritarismo y no en los autócratas esperpénticos como Correa. Es el autoritarismo tropical y cleptocrático que añoran los correístas el verdadero cáncer de una sociedad que aspira ser abierta, tolerante y democrática.
Noboa debe saber que si sigue la receta autoritaria donde no se respeta a las minorías, donde se burlan las normas y la Constitución, y no se ejercen las virtudes de un estadista demócrata, estará repitiendo la pesadilla que fue el correato.
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Noboa debe ser consciente de que el anticorreísmo que le ayudó a ganar no va a tolerar a un nuevo reyezuelo en el poder. El mensaje de las urnas fue claro: no más atropellos a los derechos de los críticos del poder, no más consignas que dividan a la sociedad, no más límites a la libertad de prensa y de opinión, no más violaciones al imperio de la ley, no más constituciones hechas a la medida del aspirante a reyezuelo de turno.
Si la receta se repite, entonces la suerte de Noboa será la misma que mereció el prófugo: masticando odio e inventándose conspiraciones en alguno de esos países dados a tolerar a dictadores sudamericanos y tiranos africanos.

Lastimosamente algunos antecedentes construidos durante su corto mandato no son los mejores. El cobro de cuentas a la familia de su exmujer abusando del poder, los negocios frustrados pero perfectamente diseñados de su esposa en Olón, la tolerancia a las actividades empresariales de su hermano en la sospechosa venta de gasolina y el ilegal comportamiento que tuvo con su vicepresidenta -por más víbora que esta haya sido-, son antecedentes que estimulan el pesimismo.
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Tiene la oportunidad de borrar esas conductas y cimentar algo muy distinto al historial político de Correa y más parecido al de estadistas democráticos como fueron Clemente Yerovi o Galo Plaza. Aún está en sus manos la posibilidad de pasar a la historia como esos dos expresidentes y su entorno debe hacerle entender eso.
Ojalá la figura del prófugo desvariando mentalmente con tintas invisibles y presumiendo de amistades y supuestas solidaridades de pasados y actuales papas, dizque íntimos amigos suyos, sea el espejo donde el actual presidente no quiera repetirse. Una constitución hecha a su medida por una constituyente de amiguetes y empleados puede ser un pésimo inicio. El peor de todos, como lo fue la de Montecristi.
Autor: Martín Pallares
Fuente: Expreso