El nuevo ciclo escolar en la región Sierra-Amazonía comenzó el 1 de septiembre y moviliza a más de 1,8 millones de estudiantes que volvieron a las aulas. Aunque para muchos esta etapa simboliza reencuentros, aprendizajes y entusiasmo, para otros puede suponer un reto emocional importante debido a los cambios, expectativas y adaptaciones que implica regresar a la rutina escolar.
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Entre la emoción y el desafío
Si bien las vacaciones suelen percibirse como un merecido descanso, la realidad para muchos niños, niñas y adolescentes es diferente: responsabilidades familiares, aislamiento social y la falta de estructura diaria pueden dejar huellas que, al volver a clases, generan ansiedad, temor al rechazo, o dificultades para retomar hábitos y motivación académica.
Estudios recientes reflejan la magnitud del problema: uno realizado por la Universidad Internacional de La Rioja y publicado en el Journal of Affective Disorders reporta un aumento de más del 1.200 % en hospitalizaciones por depresión entre adolescentes españoles a partir de 2010, fenómeno que se ha intensificado tras la pandemia. Hilario Blasco-Fontecilla, investigador de UNIR y coautor de este estudio, advierte que este fenómeno también se reproduce en países como Ecuador, donde factores como la migración, las tensiones económicas y el cambio en los estilos de vida familiar pueden agravar la salud mental de niños y adolescentes. De hecho, según organismos nacionales e internacionales, el 20 % de los menores en Ecuador presenta síntomas de depresión o ansiedad y un alarmante 10 % ha considerado o intentado suicidarse.
Detrás de estas cifras hay factores como la falta de tiempo de calidad en familia y el uso excesivo y sin supervisión de pantallas y redes sociales. En hogares con padres trabajando y pocas redes de cuidado, los adolescentes suelen pasar más horas frente a dispositivos que interactuando con otros, lo que incrementa el riesgo de ciberacoso, problemas de autoestima y otros riesgos asociados a la salud mental.

¿Qué pueden hacer madres, padres y cuidadores?
Como adultos, nuestro papel es esencial para dar seguridad y acompañar emocionalmente a niños y jóvenes durante el regreso a clases. No subestimemos cambios en el estado de ánimo, el aislamiento o la apatía, pensando que “son cosas de la edad”. Atender, escuchar y validar sus emociones puede marcar la diferencia e incluso salvar vidas.
Hilario Blasco-Fontecilla subraya la importancia de que los padres estén atentos a ciertas señales de alarma: cambios bruscos en el estado de ánimo o comportamiento, pérdida de interés por actividades que antes disfrutaban, alteraciones del sueño o apetito, bajo rendimiento escolar sin causa aparente, expresiones de desesperanza o frases relacionadas con la muerte, uso excesivo y compulsivo de redes sociales, y sobre todo la presencia de autolesiones, sean o no suicidas.
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Aquí algunas claves que pueden ayudar:
- Dedicar tiempo de calidad
Reserve cada día al menos unos minutos para conversar con sus hijos sin distracciones tecnológicas. Pregunte por sus sentimientos y preste atención a sus respuestas, gestos y comportamientos. - Detectar señales de alerta
Esté atento a los signos mencionados por el Dr. Blasco-Fontecilla y acuda a un profesional de la salud mental si observa alguno de ellos o si persisten en el tiempo. - Promover actividades compartidas
El especialista recomienda el juego entre padres e hijos, ya sea con juegos de mesa, deportes o actividades recreativas, especialmente durante el regreso a clases y las vacaciones. Estas actividades fomentan la conexión, crean confianza y facilitan que los adolescentes se sientan escuchados y comprendidos. - Buscar ayuda profesional cuando sea necesario
No dude en consultar con especialistas si observa síntomas persistentes. La salud mental, igual que la física, necesita atención oportuna y sin prejuicios.
La clave: trabajar juntos
El bienestar emocional de nuestros hijos no es solo responsabilidad de la familia. Es fundamental que escuelas, directivos y autoridades educativas también prioricen este tema y estén preparados para acompañar, contener y referir a quienes lo necesiten.
Hoy, más que nunca, el regreso a clases es una oportunidad para fortalecer vínculos, enseñar resiliencia y mostrar a nuestros hijos que, aunque los desafíos existan, no están solos. Apostemos por su felicidad y bienestar: su futuro (y el nuestro) depende de ello.