Pandemia de candidatos

Desde luego que no es para escandalizarse pues para eso el país está lleno de razones que lo justifican. Es tan solo una raya más al tigre de nuestro subdesarrollo social, político y ético. Una verdad que nos conduce a cuestionar seriamente la pobreza política que nos hace y en la que vivimos.

¿Por qué tan solo diecisiete candidatos y no veinte o más? En un país tan pequeño como el nuestro, se hacen más evidentes esas razones ocultas que mueven a esas candidaturas, algunas de las cuales carecen de pies y de cabeza. Son nada. Y decirlo no cuestiona la democracia sino un sistema que cojea en sus cuatro patas.

Quizás alguien responda que el número de candidatos responde al número de partidos y movimientos políticos. Y cada uno de ellos tiene no solo el derecho a presentar candidatos sino la obligación ética de hacerlo cuando de por medio está la propuesta de salvar al país: de regenerarlo o refundarlo. O conducirlo fatalmente a la ruina política e ideológica. Todas ellas posibilidades lógicas en cualquier subdesarrollo político y ético.

El país carece de auténticos líderes políticos.

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Artículo de Rodrigo Tenorio: «Pandemia de candidatos»

Como si se tratase de un juego con ribetes perversos. Lo peor es que la Constitución y el derecho los ampara. Esa Constitución hecha por el correato que pretendía que las organizaciones sociales ligadas a Correa se sientan políticamente redimidas tanto como para nombrar todos los candidatos posibles para que se lleven los votos que antes se iban a los movimientos políticos tradicionales. Así él gobernaría de por vida.

Correa y los suyos alababan con mucha unción esa nueva democracia que permitía que todos los grupos sociales, por más pequeños que fuesen, se sientan capaces de ejercer su ciudadanía nominando candidatos a granel. Divide y reinarás: principio soterradamente manejado en el correato porque eso permitió la cohesión de Alianza País. Una falsa democracia, no precisamente de salón, sino eminentemente perversa pues toda ella se reducía a la nominación de candidatos y al hecho electoral. Con eso se aseguraba la dictadura de AP.

De esta manera se ha revitalizado un viejo virus llamado salvadores de la patria. Aquellos que se consideran los llamados a redimir a los de la loma y a los del valle, a quienes habitan las selvas y las ciudades. Algunos saturados de mediocridades ancestrales. Otros con aires recién inaugurados de políticos y académicos. Y aquellos que han convertido el hecho de ser candidato en la única profesión que les es posible ejercer, pese a su historia de fracasos.

Salvo honrosas excepciones, los más social y políticamente improvisados. Como si ser candidato a la presidencia se tratase de algo pérfidamente lúdico, un interesante pasatiempo o un juego de ruleta cargada en el que la corrupción cumple un papel importante. De hecho, el proceso electoral cuenta con un espíritu mediocre que lo sostiene y con el fantasma de la corrupción que lo persigue cuando no lo inspira. Y todo con dineros salidos de la precaria arca fiscal. Es decir, con nuestro dinero.

En buena parte se trata de una falsa democracia seriamente sostenida tanto en el derecho a ser candidatizado, como en el acto casi mecánico del voto y en el recurso retórico a la corrupción de la que privarán al país para toda la eternidad. Con frecuencia, quien mucho habla de la pera comérsela quiere. Al respecto, existen demasiadas pruebas.

Entonces, honorabilidad, honradez, verdad pierden su valor de significación para convertirse en una suerte de amuleto retórico. Proceso que tanto más se fortalece cuantos más candidatos lo repiten y lo siembran a granel en el país político. Con ellos se terminará la corrupción. Y todos seremos felices.

Nuestra democracia se halla seriamente enferma. Y ninguno de los diecisiete candidatos la va a curar. Al revés, hay el riesgo de que el remedio termine siendo más grave que la enfermedad.

Autor: Rodrigo Tenorio

Fuente: Plan V

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