Los Caretucos

El Consejo de Participación Transitorio sesionó en el Teatro de la Universidad Central del Ecuador en Quito. En la cita celebró la audiencia pública que resolvió la evaluación al Consejo de la Judicatura. En el informe, probó los vínculos de dependencia del órgano al correísmo, la improbidad de los vocales para celebrar concursos y nombrar jueces, los intereses políticos al designar autoridades administrativas provinciales, la manipulación de la justicia y el chantaje a los operadores judiciales. Se desveló el libreto abusivo de la década ganada.

Rafael Correa y Gustavo Jalkh
Artículo de Gabriel Hidalgo. «Los Caretucos»

Pocos días antes, el presidente del cuestionado Consejo de la Judicatura se presentó ante el Consejo de Participación Transitorio. Después de una breve intervención se rehusó a sentarse en su lugar y a respetar a la institución que lo citó a comparecer. Inesperadamente, levantó la voz a las autoridades que lo escuchaban, lanzó un chillido y se fue, como si eso fuera posible en una audiencia pública. Nadie lo detuvo. Salió como llegó. ¿Qué nos dice todo esto?

El incidente fue un recordatorio de lo que sucedía todos los días durante la década ganada, dominada por insolencias, arrebatos y rabietas del todopoderoso dueño del universo. Era natural tolerar que los propietarios de la democracia afrentaran impunemente a estudiantes, que encerraran a ciudadanos al paso de sus caravanas, que injuriaran públicamente a cualquier persona, y que la ley no aplicara para ellos.

Pero siempre hubo quien los justificara. Hoy ya no son más, no son todos, ni son millones como canturreaban emborrachados de vanidad. Ahora son menos, son muchos menos. Les gana la vergüenza, la cobardía, la nimiedad. Y de estos, quedan unos pocos que todavía se atreven a defender la década de abusos, corrupción, despilfarro y prepotencia. Son los mismos que aplaudían cuando los todopoderosos exigían ganar elecciones a los ciudadanos críticos para poder opinar, son los que celebraban cuando el prepotente rompía periódicos y denigraba en señal abierta y horario familiar a quien no aceptara sus dogmas fundamentalistas. Son los mismos que ven una refinería en un terraplén que costó nivelar más de 2 mil millones de dólares, que vivieron de la década del despilfarro y que torcieron la mirada cuando los revolucionarios más audaces se llevaron el país a sus bolsillos.

¿Pero hoy los mismos amantes del totalitarismo revolucionario llaman de la misma manera a lo que no les gusta? ¿Tiene eso algo de sentido?

Para estos defensores de la estupidez es correcto dar órdenes a los jueces durante las sabatinas, pero es abusivo que una autoridad evaluadora pida a un funcionario público evaluado que ocupe su lugar y que respete las formalidades. Para estos es normal que un secretario jurídico de un presidente llame a los jueces para conseguir sentencias, que se negocien las glosas de la Contraloría o que se las use para chantajear a los opositores, que los secretarios de Estado amenacen a los periodistas, sindicalistas, agremiados o a ciudadanos sin ningún poder político, para conseguir su obediencia y anulación. Es la patria de todos, gritaban. Patria que se justificaba en los mismos principios que durante la segunda mitad del siglo XX el nacionalismo socialista adoptó en Europa para mancharse las manos de sangre y que se replican hoy en la Venezuela y en la Nicaragua que nos revolucionarios defienden con sectarismo. Pero para ellos los fascistas son otros.

Son los mismos que critican al Consejo Transitorio cuyo mandato proviene de una consulta popular y sus autoridades del acuerdo político entre los poderes representativos del Estado, pero que no dijeron nada cuando su supremo presidente nombró a sus secretarios personales como los custodios de las elecciones y de las investigaciones penales de los criminales que asaltaron el Estado, algunos de ellos ahora prófugos.

Son los mismos que se hincharon de las ínfulas de su mandamás e insultaron, acosaron y agredieron durante toda su década totalitaria. Eran intocables. Nadie podía ni regresarlos a mirar. Son los que defienden el montaje del 30S y que pronto tendrán que pagar por las muertes que allí ocurrieron, por los policías y militares perseguidos, por el secuestro a los opositores políticos, por los sanguinarios operativos de guerra durante las protestas sociales, por la intervención extrajudicial a las comunicaciones de periodistas, adversarios políticos, críticos y ciudadanos. Pronto tendrán que dar cuentas a una justicia ciudadana estos que antes eran los altísimos y que de esos cielos cayeron para estrellarse en sus miserias al perder el poder que creyeron suyo.    

Lo que hacen los abusivos caídos en desgracia en contra del doctor Julio César Trujillo, de la institucionalidad transitoria y del pueblo ecuatoriano es lo único que aprendieron a hacer como vividores de la década ganada. Su respuesta siempre es una sola: insultar. Esa es la herencia del correísmo. Es la triste vida del caretuco.

Autor:  Gabriel Hidalgo

Fuente:  Plan V

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